No sé cómo se llama, conozco su voz y su sonrisa, todos los días me da la taza de café que le pido y me obsequia como cortesía la blancura de sus dientes y un guiño cortés en el que adivino, o quiero adivinar, un coqueteo.
Debe llamarse algo así como «aire fresco de la mañana de verano junto al río»; cuando la miro al entrar al café del malecón siento de inmediato una brisa fresca que me recorre la piel, no importa lo que ocupe mi mente en ese momento del día, verla y pedirle esa taza de café sabiendo que recibiré su sonrisa hace que mi mente divague y todo problema pequeño o grande pasa a un segundo plano, en mi cerebro solo existe su sonrisa y su mirada coqueta.
Aire fresco de la mañana, la llamo así en mi mente para no alargar tanto, tiene además un color que aún no termino de definir, terciopelo de ebano tornasolado que brilla como piedra de ópalo con tonos de nebulosa y pequeñas estrellas que añaden brillo a su sonrisa. Su piel debe ser oscura, muy oscura pero no he logrado verla plenamente porque siempre me pierdo en los detalles que la adornan.
Aire fresco, últimamente ocupa tanto tiempo en mi pensamiento que he decidido usar un nombre más corto, tal vez huele a un jardín de jazmines en una noche con brisa fresca en una ciudad con clima frío, no más de 2600 metros sobre el nivel del mar. No sé si ella huele así, pero es el olor más agradable que recuerdo y me trae memorias de caminatas largas en las noches de la ciudad de la niebla eterna, no se porqué pero ahora recuerdo caminar de la mano a una nebulosa opalescente que sonríe con mirada coqueta.
Aire, ya estamos en confianza con la imagen que tengo de ella, tiene cabello de ángel, creo que debe llegar flotando sobre las piedras del rio cada mañana y deposita suavemente sus pies a la puerta del café y ésta se abre automáticamente para dejarla posesionarse de su trono tras el mostrador. Ahí empieza a sonreír, y a brillar, y a lucir con donaire esa cascada ondulante de hilos de ébano, con suavidad de algodón de azúcar. Amo la forma en que se acomoda sus rizos oscuros cuando gira para atender, y sonreír.
… No sé cómo se llama, ella es un respiro en mis días de furia, no importa que tanto quiera destruir la humanidad, verla sonreír hace que olvide el odio y quiera ir nuevamente al malecón y pedir una taza de café que nunca tomo.